La gran María Elena Walsh nació un 1 de febrero de 1930 en el oeste del Gran Buenos Aires. En esta columna Héctor Rodríguez la recuerda con justeza. Compositora, cantautora, poetiza, escritora. Con esa fascinante creatividad que siempre demuestra en sus escritos, y su precisión en el lenguaje, Héctor homenajea la obra de esta gran mujer con guiños a tantos y tantas que la leyeron, escucharon y disfrutaron.
Por Héctor Rodríguez*
Con un perro salchicha, una vaca estudiosa y una tortuga en París, hizo canciones fascinantes en el reino del revés. Nos invitó a tomar el té, mientras bailábamos el twist del Mono Liso sobre la cubierta de un barco quieto.
Compuso gemas que no pasan de moda, y cantó. Y la cantaron. Desde la Negra Sosa a Jairo, desde Serrat hasta el Cuarteto Zupay. En plena dictadura, harta de la censura, nos contó las desventuras de aquel oscuro País-Jardín-de-Infantes. Cantando al sol como la cigarra, esa reina Batata que alumbró generaciones que la adoraron al son de sus perlas, mientras jugaban en el mundo, un día se marchó.
Aun así, sentimos que María Elena Walsh está aquí, resucitando, desde algún lugar donde nos invita a celebrar su cumpleaños 88, tarareando su serenata para la tierra de uno, para sembrarnos de guitarra, para cuidarnos de las tempestades y del desarraigo de los corazones. HR
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