La dura vida de los cosechadores de la yerba mate. Los tareferos. Andrés Pavón recuerda en esta nota cómo su abuelo y su abuela, y el que será su padre, en el futuro, Alberto Pavón, con sus hermanos, van a la cosecha de yerba mate en Corrientes. Una forma de vida dura entre la dura vida en los campos extensos y ajenos en las provincias, que da lugar a conseguir un poco más de comida y vestido, aunque nunca lo necesario y suficiente.
Por Andrés Pavón
Mariano Pavón nació en un pueblo del norte Correntino, que en una de las tantas campañas de la recolección de yerba mate se quedó en San José, Misiones. Era junto a su esposa, descendiente de la cultura Guaraní Ava, a pesar de su baja estatura y modesta contextura física (rasgos de nuestra cultura) se ganaba la vida como «tarefero»(1).
En una «casa-choza» en plena selva misionera, entre hambrunas y estrecheces, criaron a su prole, Victoriano(hijo natural), Alberto (mi padre), Hilario, Eleuteria, Andrés y Timoteo («Nené», mi tío más querido). Una vez al año los mandaba a buscar algún terrateniente para la campaña de recolección de yerba mate, si bien eran dos o más «capangas»(2) los que se allegaban a ofrecerles trabajo, siempre se iban con el mismo, Don Céspedes.
«El moto», como lo llamaban, había perdido parte de su mano derecha en una pelea a machetazos, solo tenía el pulgar y la mitad del índice, los otros dedos los perdió en aquel recordado «entrevero»(3) con el paraguayo Catalino Coria. El negro Pavón (mi padre), me contó que el abuelo Mariano siempre lo esperaba a Don Céspedes, porque eran de la misma colonia allá en Corrientes, guardaban una amistad de niños y un respeto mutuo de grandes.

(imagen ilustrativa Pinterest)
La llegada de «el moto» era siempre esperada por mi abuelo y mi abuela, porque traía esperanzas de un buen «conchabo»(4), con el cual comprar harina, azúcar, grasa, alguna alpargata, pantalón y vestidos para mi abuela y tía. Nunca «desensillaba»(5), siempre bien «montao»(6) saludaba a mi abuelo en Guaraní, reverenciaba a mi abuela con el sombrero ala ancha y luego lo echaba para atrás, mientras Victoriano le «ensillaba»(7) el tordillo a Don Mariano.
Montaba mi abuelo, se ponía el negro sombrero, saludaba con él a mi abuela (como pidiéndole permiso)y se iban al boliche del «gringo» en el pueblo. Sin ninguna orden o señal, todos armaban su «mono»(8), que consistía en alpargatas, uno o a lo sumo dos pantalones y camisa, unidas por un trapo viejo. Mi abuela ponía los pocos utensilios, platos de lata, un par de vasos, el espejo, la cola de caballo donde tenía el peine de su compañero y su peineta y cocinaba algún «emboyere»(9) con lo que tenía, para la cena.
Antes de salir el sol se escuchan las risas de los paisanos y amigos llegando por el sendero, todos arriba, enrrollan sus «jergas»(10), a tomar el «cocido»(11) y emprender la marcha al «yerbal»(12). Ponían el «apero»(13) al otro caballo donde va a ir mi abuela y la aún niña tía Eleuteria. Don Mariano lleva todo lo demás envuelto en unas mantas, Victoriano e Hilario llevan la pesada olla de fundición, a la que le habían cruzado una fina vara de madera dura en la manija para repartir su peso.

imagen Municipalidad de Apóstoles, misiones
En plena siesta llegan al «obrador», allí los recibe otro «capanga», «talero»(14) en mano y sin darles tiempo a sacudirse la ropa, ni para sacar la colorada tierra de sus escasas prendas, separa a los hermanos Pavón y los manda a sus lugares de trabajo, Victoriano e Hilario de alrededor de 14-15 años, harían la tarea que aprendieron el año anterior, «carpir»(15) y podar el «yerbal» y llegado el momento el sufrido trabajo de su padre el de «tarefero».
A mi padre de unos 12-13 años lo dejan junto a una «tapera»(16) a la guarda de sus hermanos menores, Andrés de 11 y mi tío «Nené» de 9 años, a la espera de las órdenes del tosco «capanga». En el camino Don Mariano se había dirigido al «secadero»(17) junto a su «cha'migo»(18) Don Céspedes que lo había situado allí, donde ganaría unos pesos más y podría hacer descansar su fatigada espalda, que a pesar de sus 37 años ya denotaba una ligera curvatura y sufría frecuentemente dolores fuertes, producto de más de 20 años de «tarefero» y hachador.
Mi abuela y la niña Eleuteria se quedaron unos metros antes donde está la cocina. Se hace de noche, el joven Alberto y sus hermanitos juntan algunas ramas y leñas secas para encender una fogata que los proteja del frío y de los «yaguaretés»(19), manda a Andresito a traer una rama encendida de la cocina donde están su madre y hermanita, preparando la comida para todos los obreros del «yerbal».
En una negra olla sirve comida para los tres y en un trapo envuelve un gran pan redondo, como los que hace en su casa. Comen frente al fuego y de espaldas a la «tapera», devoran en segundos el «guisado» y el pan, es el primer alimento del día, luego del «cosido» en la madrugada y de la larga caminata. Abrazados a su cintura se duermen sus hermanitos, pero el joven Alberto no lo hace.
Alberto permanece sentado recostado a la vieja pared, debe mantener el fuego encendido, pues los yaguaretés andan en los alrededores, sus ojos brillan entre los árboles, en aquella primera noche de abril. Recién cuando empieza a arder un grueso leño y comienza a aclarar, al joven Alberto lo vence el sueño. Pudieron ir solo unos días a la escuela, otro año sin educación, todo indica que no volverán hasta el fin de la «campaña»(20), en octubre.
Graciela Borda
Excelente , Mí abuelo Mariano… Conocí hoy este sitio ,muy bueno.La música , original.Gracias .