Literatura, San Isidro

El concurso

Mujer con oboe. Foto ilustrativa Istock de Getty Images. Crédito: alenavlad

Mujer con oboe. Foto ilustrativa Istock de Getty Images. Crédito: alenavlad

Por Fernando Medan*

En el primer piso del Teatro Lírico de Trelew, al otro Iado del auditorio, hay un pasillo adornado con columnas jónicas, que Ileva a una pequeña oficina que suele estar desocupada. Una mañana de octubre de 2057, dos hombres de mediana edad, de semblante preocupado y suaves modales, estaban en medio de una difícil decisión. Entre los dos, representaban la plana mayor del teatro. El director general, y el de la orquesta. Este último, tenía la palabra.
-Estamos frente a un problema delicado. Hoy cierra el concurso para cubrir el cargo de oboe solista. Ya teníamos todo resuelto, porque el suplente, que Ileva quince años en la orquesta, preparó una excelente audición, y es el reemplazante natural. Pero a último momento, se presentó una postulante desconocida, muy joven, quien, siguiendo la reglamentación de la convocatoria, nos dejó un sobre cerrado con sus datos personales, y de ella, solo sabemos que se Ilama Luciana.
-Eso es perfectamente legal —asintió el director general—; ya no solicitamos antecedentes de ningún tipo. El anonimato ayuda a evitar la discriminación, lo único que se exige es idoneidad.
-Pero no es tan sencillo —dijo el director musical —, la orquesta es un organismo humano también, y hay que conciliar muchos aspectos. Los de afuera no son bienvenidos, y si se relega a un integrante de esa antigüedad, como es el caso, podemos tener problemas con el sindicato también.
-Vayamos a lo más importante: ¿cómo le fue a esta tal Luciana en el concurso?
-Debo reconocer que me sorprendió —dijo el director de orquesta. Es una chica joven, no creo que Ilegue a los 25 años. En la sesión privada, se presentó sin pianista acompañante, armó el oboe, y con mucha timidez, nos dijo que tenía preparados varios solos de concurso, y nos dio a elegir. La escuchamos interpretar a Mozart, Richard Strauss y, por supuesto, Alessandro Marcello. Si fuera por ella, estaríamos allí todavía, porque no se cansaba nunca.
-¿Y qué tal toca?
-Técnicamente es muy buena. Tiene un gran dominio del instrumento, inclusive del registro grave, donde consigue matices notables. Pero lo que me parece de otro orden de magnitud, es que es extraordinariamente expresiva. Pone toda su humanidad y toda su alma en cada nota. Yo le miraba los ojos: en Mozart brillaban de felicidad, y en Strauss parecían fundirse como cristal líquido en un lago de melancolía. Ejecuta los pasajes más difíciles con naturalidad, y con una calidez emocional que conmueve.
-Según lo que estás diciendo, es nuestra mejor opción para el puesto.
-Sin ninguna duda. Pero tengo mis reservas en cuanto a cómo será recibida por los demás. En el ensayo de ayer, cumpliendo la práctica de lectura a primera vista, cuando

llegó, no fue saludada por nadie. Le puse en el atril una obra desconocida de un autor local, y la tocó como si la hubiera estudiado antes. No solamente las notas, también los matices, el fraseo y la entonación. Un detalle curioso: yo le había avisado al compositor que íbamos a pasar su obra. Después de escucharla, me dijo que no sabía que su obra era tan buena. Pero mi principal temor, es por el rechazo de los compañeros. Después del ensayo siempre hay un refrigerio. Cuando ella se acercó, se hizo un silencio helado a su alrededor. Se sentó en una mesa, y los que estaban allí se levantaron y se fueron. Por eso, tengo motivos para preocuparme, no solo por la armonía del organismo, sino también por las consecuencias que puede sufrir Luciana, que es muy joven y sensible.

-Aun así —dijo el director del teatro—, debemos hacer lo correcto. Por favor, que pase, así puedo hablar en privado con ella.
El director se encontró frente a una mujer aún más joven de lo que esperaba, de rasgos delicados y armoniosos. En un marco de cabello castaño rizado, se destacaban dos ojos que brillaban con sentimientos encontrados.
-Señorita, le doy la bienvenida oficial a nuestra casa. En mérito de su desempeño, el puesto de oboe solista es suyo.
La mujer no contestó, se limitó a disimular alguna lágrima de emoción, mientras el hombre abría el sobre.
-Por lo que veo, aquí dice que es nativa y residente de Bariloche. Muy interesante. Pero aquí hay un error: según su fecha de nacimiento, usted debería tener tres años.
-No es un error —dijo ella con una sonrisa. El formulario es antiguo y solamente tiene opción de fecha de nacimiento. En realidad, ese día, yo fui activada en el Instituto Balseiro.
-Entonces, ¿usted es androide?
-Si no tiene inconveniente, preferiría ser considerada como una forma de vida artificial. De todos modos, el detalle carece de importancia, porque, en definitiva, señor, todos somos iguales ante una sinfonía de Beethoven.

*Vecino de San Isidro. Miembro del taller literario municipal que coordina Marcelo Ferrando. Clarinetista.

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