Arte, Literatura, Por Pablo Chihade, Vicente López

La estrellita blanca

La tapa del libro de Migno de 1952

La tapa del libro de Migno de 1952

El músico y cantautor d Florida (Vicente López) Pablo Chihade recrea desde la literatura, donde siempre se expresa de manera transparente y ágil, un relato del poeta Julio Migno. Lo introduce en una experiencia vivencial y juvenil, con mucho sentimiento. La historia del, Chira Molina, se puede encontrar completa en el libro del poeta santafesino Migno, que lleva el nombre del protagonista (1952). La historia de Pablo va aquí, a continuación.

Pablo Chihade*

En el peor momento de mi carrera como estudiante secundario, siempre recuerdo cuando NO me llevé a marzo Literatura. Hasta mis amigos me lo celebraron, porque era raro que no me lleve absolutamente todas. De alguna manera, estaba mejorando, porque me había llevado todas, menos Literatura. Llegué a mi casa y le conté a mi hermana. Me miró seria y me dijo: “¿y por qué no te la llevaste?” Y el porqué se los voy a contar ahora.

Resulta que antes del fin de ciclo la profesora comenzó a cerrar notas. En voz alta y con una entonación casi telúrica, anunciaba aquellas notas que andaban por el ocho, el nueve, y el diez; y hasta pedía aplausos. Cuando llegó a mi apellido me miró un tanto risueña y otro poco burlona: – Bueno, ya sabemos… a no ser que quiera reivindicarse ahora – dijo mientras recorría con ojos cómplices al resto de mis compañeros.

“Que Martina se riera me puso muy molesto”

Martina, una gurisa que me recontra gustaba, pero que no me daba ni cinco de pelota, se rió tapándose la boca con las dos manos, pero cuando se encontró con mi mirada, se inmutó al instante. Que Martina se riera me puso muy molesto e impaciente y aunque no sabía qué carajo quería decir “reivindicarse”, la miré a la profesora y le dije: – Bueno, si quiere le puedo contar la historia del Chira Molina y su padre.

Con una coordinación admirable,  mis compañeros y mis compañeras giraron sus cabezas hacia mí, incluída Martina, con el ceño garabateando interrogación. La profesora dejó caer su mandíbula y sin dejar de quitarme la vista me dijo mostrándome casi toda su dentadura:

– ¿Chira qué? Después de repetirle “Chira Molina”, y de hacerme el sorprendido de manera maldita aludiendo a “qué raro que una profesora no conozca la obra”, mi querida profesora de Literatura se volvió a dirigir al resto de los alumnos apoyando su cabeza en el hombro izquierdo y clavando la vista en el techo. – ¿Qué dicen todos, quieren escuchar la historia del tal Chira Molina? En un coro maldito que odié durante mucho tiempo, todos mis compañeros vociferaron al mismo tiempo: “¡Nooooooooooo!” Después se hizo un silencio que duró una eternidad, hasta que escuché la voz de Martina como una flor de loto asomando de la ciénaga. – Yo quiero.

Bueno, el Chira era muy chiquito cuando
le dijo a su padre que quería una boleadora.”

Entonces, ahora sí, la profesora se acomodó en su pupitre y todas la miradas se clavaron en mí. Debo admitir que sentí un cagazo bárbaro, pero ya estaba jugado, así que tomé coraje, y arranqué.

“Bueno, el Chira era muy chiquito cuando le dijo a su padre que quería una boleadora. Imaginen un paisaje litoraleño: río, arroyos, costa, barrancas, pájaros, árboles. El padre lo escuchó tiernamente, y le dijo que busque un lugar que le guste, y que lo elija bien, porque le prometió que esa boleadora que tanto soñaba, la iba a poder hacer con una estrellita blanca, que caería del cielo en el lugar elegido.”

– Eso no puede ser -. Dijo uno de mis compañeros al mismo tiempo que miraba su reloj con anhelo de timbre. Yo no le di mucha bola y cuando vi que el resto de las miradas me seguían acorralando, y que los ojos de Martina se habían abierto más de lo habitual, seguí con el relato.

“Bueno, entonces el Chira comenzó a buscar un lugar copado, con mucha serenidad y cautela, recorriendo su paisaje costero con un entusiasmo inmenso en sus ojos niños, y con una cuchara en la mano para hacer el huequito donde caería la estrellita blanca.” En ese momento la profesora apoyó su mentón sobre una de sus manos, y moviendo su cabeza para un lado y para el otro dijo: “Siga, me encanta”.

“Temí que el relato se derrumbara para siempre”

Al mismo tiempo muchos de mis compañeros asintieron con la cabeza una vez más maravillosamente coordinados, entonces eso me puso más manija y me paré y continué con el relato hilvanando las oraciones con infinidad de ademanes.

“Hasta que encontró el lugar indicado, y fue en la barranca, debajo de un ceibo. Entonces con la cuchara gastada hizo el hueco, sopló la tierrita y miró al cielo, mientras que con uno de sus pies hizo una marca. El Chira sabía que allí caería la estrellita blanca, y que tendría pronto su boleadora, como su Tata le había prometido. Se fue a dormir con una sonrisa que le atravesaba la cara de manera tal que las mejillas se ahuecaban triunfantes.”

En ese momento voló una tiza que aterrizó sobre la nuca de uno de mis oyentes compañeros. Temí que el relato se derrumbara para siempre, algunas miradas se dispersaron, y oí algunos cuchicheos que me preocuparon. Por eso antes de que la profesora se incorpore, levanté la voz con la intención de sostener lo que tanto me había costado generar: “¡Pero mientras el Chira dormía, en el bolicho, la policía asesinaba a su papá!”

El silencio que se hizo fue de tal magnitud, que sentí mis palpitaciones retumbando en las profundidades del aula. La boca de la profesora había quedado abierta y no parecía querer cerrarse jamás. Martina se había llevado una de sus manos al pecho y me miraba repleta de tristeza.

“Para ese momento la profesora había sacado unos pañuelitos descartables”

En ese momento me dieron muchas ganas de abrazarla, bien fuerte, pero estaba tan concentrado en mi relato, que ni recordaba siquiera que este acto también podía significar aprobar la materia. En ese cuadro semi congelado, una vez más la voz de Martina asomó, esta vez triste y casi como un susurro: ¿De verdad? Después de contestarle con un leve movimiento de cabeza, continué.

“El padre del Chira estaba tendido en el piso, cuenta la historia que lo rodeaba un charco de sangre. Cuenta que así y todo, con “la ceniza de la muerte en la mirada”, alcanzó a enderezarse para pedirle a un muchacho que contemplaba el cuadro, que vaya a la barranca, que debajo del ceibo encuentre el lugar que había elegido su niño, y que despierte a la patrona y que le pida un par de plomadas, y que haga fuego y que las derrita, y que una vez derretidas vierta ese líquido plateado dentro del huequito que el Chira había cavado con su cucharita gastada.”

Para ese momento la profesora había sacado unos pañuelitos descartables y se sonaba la nariz casi sin emitir sonido. Desde uno de los ojos de Martina, una lágrima rodaba convencida de saltar al vacío desde la terraza triste de su mentón. Todas las miradas se habían clavado en mí, y sentí la responsabilidad inmensa de ser quien sostenía en las manos la estabilidad emocional de todos los presentes. Decidido, continué.

“El timbre sonó en ese momento”

“Al otro día el Chira amaneció temprano, soñó toda la noche con su boleadora de la estrellita blanca. Salió corriendo desde su cuarto a la barranca, y debajo del ceibo, contempló con asombro que en su huequito, estaba lo que su padre le había prometido. Se puso de pie y la apretó fuerte contra su pecho, después, dio media vuelta para gritarle a su madre, que se acercaba con lágrimas en los ojos: ¡¡Mama, mire, para mi boleadora nueva!! ¡¡Lo hizo Tatita con una estrellita blanca!!”

El timbre sonó en ese mismo momento, no sé qué hubiera sucedido si no lo hacía. Nadie se levantó, algunos se miraron, y otros prefirieron quedarse contemplando el horizonte de sus pupitres vacíos. La profesora se dejó caer sobre su silla, casi que la nuca se le sellaba en el respaldo. Estiró con dificultad su brazo para alcanzar la planilla, y después de agregar mi nota, me dijo, como siempre sin tutearme: “Está aprobado”.

En la puerta del aula me esperaba Martina, sus ojos aún brillaban y podían contemplarse los surcos secos de sal en sus mejillas. Me preguntó si iba para la avenida, le dije que sí, aunque jamás hacía ese recorrido. A las pocas cuadras me dijo que le había encantado la historia y que le gustaría conocer más historias del Chira Molina. Prometí contarle todas, y antes de despedirnos, me felicitó por haber aprobado Literatura.

* Músico y cantautor, vecino de florida

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