Pablo Chihade es músico y cantautor. Pero, artista ante todo, no es la primera vez que se vale de la escritura para dar a conocer una experiencia de vida, un sentimiento. Esta vez se trata del mundial de fútbol de Qatar 2022 y de otros, de su padre y de una matraca que los acompaña en la pasión futbolera. Chihade no desentona cuando canta, pero tampoco cuando escribe. Se deja escuchar y se deja leer.
Por Pablo Chihade

Mi viejo tiene una matraca gigante e imponente que la compró en el año 78. Suena como una balacera y cada vez que la agita, pareciera estar uno en una trinchera de la Gran Guerra. Las gentes, los animales y las plantas se conmueven.
En estos días de fervor mundialista ya la estuvo agitando. Pero piensen ustedes que la gloriosa matraca tiene encima 12 mundiales. Sí, leyeron bien, doce. Así que su sonido suele ser más perturbador aún, similar a la de un dinosaurio galopando sobre los techos de chapa de alguna sociedad de fomento.
Yo la conocí en los años 90, semifinales con Italia. Mi casa era una fiesta. La matraca venía de ser campeona del mundo por segunda vez y estaba re sacada. No sé cómo llegó a mis manos. Yo era aún muy niño para portar semejante herramienta mundialista, y después de pedirle a la Virgencita de Luján, y cuando Goyco atajó el último penal, la agité descontrolado imitando los gloriosos agites de mi viejo.
Y me la di de lleno en la rodilla. “Siamo fuori”, rodilla. El dolor insoportable me llevó hasta las lágrimas y recuerdo a mi tía Patricia correr hacia mí para llorar conmigo abrazados -sin saber que en realidad yo lloraba por el matracazo-. Fue ahí que comprendí que toda mi familia con lágrimas en los ojos, me estaba enseñando que se podía llorar por el fútbol. Supe que la pasión era inmensa. Y supe que los pueblos no deben estar tristes cuando tienen la posibilidad de estar felices, no sólo porque eso es algo que no ocurre todos los días sino por lo mucho que lo necesitan.
“Creí erróneamente que Brasil 2014 iba a ser
el último mundial de la matraca.”
En el mundial de Alemania 2006 la matraca protagonizó otro episodio. Mi hermana tenía un perro que no era compatible con la matraca. Lo sabíamos. Se volvía loco muy fácil, sobre todo ante cualquier sonido extravagante -y la matraca era la reina al respecto-. Cuando mi viejo la agitó, el perro entró en transe y se le tiró encima con la intención de hacerla callar como sea.
Fue así que mi viejo quedó tendido en el piso con semejante bestia encima y con la matraca silenciada por la feroz arremetida de los colmillos. Fue un episodio desastroso. Mi viejo se calentó para la mierda y se fue a ver el partido a su casa. Y se llevó la matraca, por supuesto.
Creí erróneamente que Brasil 2014 iba a ser el último mundial de la matraca. Pero no. Inclaudicable y ruidosa sonó y sonó incluyendo sonoridades de furia y de dolor. Hoy la veo y me emociona. Pero más me emociona verla en las manos de mi viejo. Creo que son parecidos. Inquebrantables y adultos administran el silencio y el ruido de la manera más adecuada. Protagonizan la tristeza y la alegría sin volver la vista atrás. Las enfrentan.
Ambos cumplen años. Sueñan. Se permiten ser felices a pesar de todo y sin importar por cuánto tiempo. Felicidades a mi viejo y a la matraca. En nuestras latitudes no es fácil soñar, ni tampoco nadie nos puede decir cómo debemos hacerlo. Por eso gracias al fútbol. Por eso gracias a Messi, por hacer que mi viejo y su matraca, y que todo un pueblo, sueñen.
*músico. Vecino de Florida
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