En esta columna el abogado Bruzzoni advierte que “quienes no respetan la historia y no la asumen, no pueden ser protagonistas de ella”. Lo escribe a propósito de la última estupidez del actual gobierno nacional, esta semana: destrozar un monumento al gran intelectual, historiador, periodista, hombre querido y reconocido, Osvaldo Bayer. Tras el hecho, días atrás, asimismo, las críticas abundaron. Por ejemplo, un periodista, con la virtud de la síntesis que da el oficio, escribía en redes digitales, “Osvaldo Bayer es tan grande…y ellos tan chiquitos”.
Por Víctor Bruzzoni*

Circunstancialmente conocí de joven la casa de Osvaldo Bayer. Recuerdo vagamente una frondosa e ilustrativa biblioteca personal. Y de inmediato aunque nunca lo conocí, me lo imagine historiador crítico y polifacético. No me había equivocado. Se había exiliado por cuestiones políticas de la época (1975-1983).
El filósofo Walter Benjamín expresó que consideraba que su misión era pasar a la Historia el cepillo a contrapelo. Bayer lo escuchó. Decía: “Hay que ir siempre contra lo que aparece como la versión consagrada. Lo importante es tener claro de qué lado se está. En una sociedad de disputas, yo he estado siempre con los rebeldes.”
Reconocido internacionalmente por la investigación que realizó sobre los fusilamientos a trabajadores rurales en la Patagonia entre 1920 y 1922, que dio lugar al famoso ensayo “La Patagonia rebelde” alcanzó la filmografía en 1974 con el director Hector Olivera y una amplia repercusión. La Unesco reconoció su valor.
Bayer tuvo una vida tan intensa y una carrera tan abarcativa y reconocida que resulta difícil de sintetizar. Quizá por eso se transformó en hombre cardinal de una generación que se debatió entre el compromiso sartreano y el intelectual orgánico definido por Antonio Gramsci. Él, claramente, nunca estuvo del lado del poder.
Foguear la intolerancia

En su memoria el escultor Guillermo Jerónimo Villalba, levantó a la entrada de la ciudad de Río Gallegos un monumento en su honor. Como se sabe, el gobierno nacional, por intermedio de una pala mecánica de Vialidad Nacional, socavó la obra de arte que reconocía al historiador. Las criticas no cesan.
Pablo Grasso, intendente de Río Gallegos, calificó de “pobreza intelectual” la destrucción del monumento. Porque recordamos aquellos fusilamientos de obreros en la Patagonia, el Cordobazo, el éxodo jujeño, el éxodo litoraleño y las grandes masacres y tragedias argentinas, como parte de nuestra historia y de nuestra cultura.
En un país, como el nuestro, que ha sufrido una fuerte presión cultural extranjera. Que ha recibido una masa importantísima de inmigrantes, además de haber tenido grandes luchas para lograr la unidad nacional, quienes no respetan la historia y no la asumen, no pueden ser protagonistas de ella. Si no se tiene conciencia de la historicidad jamás se tendrá conciencia de su propio valor. Y, como en este caso, se fogueará la intolerancia que abre más grietas.
*Abogado. Ex juez del fuero laboral
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