En su columna el doctor Prado advierte que el atentado a la vicepresidenta no es un hecho aislado. Sino el resultado de muchos años vividos dentro de la violencia política. Del intentar borrar al que tiene convicciones distintas, o desconsiderarlo al punto de condenarlo sin pruebas, por el solo hecho de que no comulga con la ideología dominante. El magnicidio se frustró y para Prado es una oportunidad para dejar de lado definitivamente la política del odio y la estigmatización.
Por Juan José Prado*
El último atentado a un presidente en la Argentina aconteció en 1991. En San Nicolás en un acto político el ex presidente, Raúl Alfonsín salvó su vida por la decidida acción de un custodio. Los caudillos populares históricamente sufrieron los deseos de su desaparición física de forma variada.
Los llamados a los cuarteles fueron moneda corriente, durante un lapso de al menos 50 años, para que por la violencia se los desplazara, pese a la decisión popular. En el siglo pasado Hipólito Yrigoyen, en el 30. Perón en el 55. Illia en el 66. Y la escalada que golpeó en el 76, y lamentablemente aún tiene sus herederos.
Se recurrió a bombardeos. Atentados terroristas en la Plaza de Mayo. Se demolieron obras. También acometieron contra objetos representativos. La histórica residencia presidencial donada por los Unzué a metros de lo que hoy es la Biblioteca Nacional, por haber sido centro y residencia de Perón y Evita.
El recordado Decreto 4161/56 de la dictadura del ´55, que prohibía decir los nombres de líderes políticos y de sus partidos; con la inocente o ignorante creencia de que con eso se podía hacer desaparecer la mística de un líder popular. La proclama 150, redactada por Mariano Grondona. Son pasos de esa violencia.
No naturalizar el odio
Nos hemos referido en un reciente artículo a cómo actualmente, mediante la utilización de los medios de comunicación la opinión colectiva “naturaliza” como válida la condena sin pruebas. Y la justicia naturaliza en sus dictámenes y fallos que no importa la ley, lo que importa es la convicción, llevar a cabo el deseo de un sector de poder.
Pero más allá de ese deseo de condena, aparece el deseo de la muerte. Encuadrado todo ello en mensajes de odio que se construyen y difunden desde opositores políticos, empresas de medios de comunicación hegemónicos; y el bien llamado partido judicial, al margen de la Constitución Nacional, contra la democracia.
Esta vez el deseo de la muerte se ha frustrado. La vicepresidenta de la Nación, Cristina Kirchner, sigue viva. Es una oportunidad. La política del odio y la estigmatización debe desterrarse. Para esto la conciencia colectiva juega un rol fundamental. No se debe naturalizar el odio si es que pretendemos vivir en democracia.
*Abogado. Ex presidente de la Asociación de Abogados de Buenos Aires AABA. Miembro de la Mesa Directiva de la APDH (Asamblea Permanente por los Derechos Humanos). Gran Maestro de la UBA.
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