Este sábado 15 falleció la jueza, Lucila Larrandart, a los 84 años (en octubre cumpliría 85). En esta nota la recuerda el columnista Prado, abogado de derechos humanos, colega de la jueza en la enseñanza del derecho también. Prado recuerda los años represivos de la dictadura y rescata el compromiso militante y la humanidad de Larrandart.
Por Juan José Prado*

Eran los tiempos de la dictadura. Corría el año 79 y nos conocimos en la militancia por la defensa de los derechos humanos. El encuentro fue en los tiempos en que iniciaba su gestión el Centro de Estudios Legales y Sociales, dirigido por Conte, Mignone, Pasik. Éramos muchos los que desfilábamos por esas oficinas.
Noches de encuentros clandestinos con Lucila para planificar el accionar de las entidades. E intercambiar opiniones y la elaboración de declaraciones. Ella había sido, como tantas y tantos otros funcionarios judiciales, desplazada por el “proceso” -así se autodefinía la dictadura por aquellos años- de su secretaría judicial.
Me aplicó el mote de “Gallego”. Y así me llamaba cada vez que nos encontrábamos. Tengo grabado un encuentro en su casa, sobre la Avenida Maipú, a media cuadra del Banco Nación. Emanaba humanidad. Y era amiga de encuentros entre amigos. “Gallego, venite a casa con tu señora, que invito a amigos entre ellos conocidos tuyos”, me decía.
Así compartimos una linda velada en su amplio departamento, con gran terraza. Donde hablamos de los momentos que vivíamos y de las utopías de entonces. Había, ciertamente, conocidos. Estaba Zaffaroni. Y había un viejo dirigente peronista que yo no conocía y que me fue presentado esa noche.
“Lucila siempre sumó su vocación por la Magistratura”
El hombre había sido director de la cárcel más austral del país, Pettinato, creo que frisaba los 90 años, y despertaba en mi gran curiosidad conversar con él. Lucila era tenaz, consecuente militante peronista, los años `90 significaron caminos separados. Y como suele suceder en la vida perdimos la asiduidad del contacto personal.
Lucila siempre sumó su vocación por la Magistratura. Y la desempeño consecuentemente. Con su coherencia filosófica política en aplicar la ley y sancionar a aquellos que no respetaban el debido proceso y recurrían a las aberrantes herramientas que denigraron a la personalidad.
Lucila, hoy el “Gallego” te recuerda. Y recuerda también a la compañera con la que tuvimos que escapar, una noche desde San Telmo, porque nos perseguían los servicios. Qué tiempos aquellos. Aunque algunas manías represivas no se han perdido. Qué tiempos aquellos de diálogos de política, pero también de la familia, los hijos. No te olvidaremos Lucila.
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