En esta nota de opinión la docente Claudia María Iazzetta, desde una perspectiva que supera incluso la cruda realidad actual de la cuarentena por la COVID-19, advierte sobre el trabajo infantil y describe algunos de los signos que los docentes, dentro del aula, pueden observar cuando se trata de detectar un flagelo que, como muchos otros, es ajeno a la pedagogía pero la afecta y se revela patente en un ámbito tan sensible como el educativo.
por Claudia María Iazzetta*

Como docente jubilada no puedo dejar de expresar mi preocupación y dolor por una realidad que desde hace muchos años no se ha podido erradicar. Si bien socialmente, cuando los niños y las niñas ven a sus padres y abuelos trabajar en sus oficios, los van incorporando naturalmente, en otras épocas históricas las expectativas sociales y hasta las expectativas de vida eran otras.
La Organización Internacional del Trabajo de las Naciones Unidas OIT declaró el 12 de junio como Día Mundial contra el Trabajo Infantil. Sabemos que un niño tiene derechos que son indeclinables. No hay excepciones. Todos los niños gozan de los mismos derechos. Cuando se ven vulnerados algunos de ellos, estamos sembrando un futuro de desigualdad, fracaso e infelicidad.
Los niños y las niñas deben estar con una familia que vele por sus derechos y garantice su educacion. Sabemos que esto, aunque no debiera suceder, no siempre sucede. La falta de insumos escolares es muy común; y lo poco que tienen deben compartirlo con otros niños de la casa. Tampoco tienen siempre el dinero para el transporte publico, ni ellos ni sus padres.
Si bien las políticas educativas fijan la condición de asistencia escolar obligatoria, esta condición no puede cumplirse siempre en situaciones de marginalidad social. Son muchas las veces en las cuales niños y niñas no tienen la alimentación esencial para nutrirse, la ropa adecuada a las estaciones climáticas, o más aun el calzado apropiado, que los repare del frío y la humedad.

Muchas familias, además, cuentan con los niños también para contribuir a la economía familiar. Esto acentúa la desigualdad social y la exclusión, teniendo en cuenta que la educacion es una puerta abierta a mejores oportunidades o a la mentada igualdad de oportunidades. Los adultos somos los únicos responsables de cuidar a nuestros niños, futuro de nuestra sociedad.
La mirada del docente es muy importante para detectar niños y niñas en situación de vulnerabilidad social. Hay señales que alertan sobre este flagelo. Niños ausentes en la escuela, con la tarea escolar sin realizar, manos sucias, lastimadas, con piel reseca, o con sueño, y cansancio, que no pueden concentrarse en la tarea. También los cambios bruscos de comportamiento,
En «Un lugar para vos, un lugar para mi»* (2011. Ed. Ocruxaves) lo planteo: ”Los niños y niñas en riesgo son niños y adolescentes con necesidades básicas insatisfechas; sufren las barreras de acceso a la educación, a la salud, y a otros derechos establecidos en la Declaración de los Derechos del Niño aprobada por la Asamblea Genera de las Naciones Unidas en 1959«.
Allí también sostengo: «Los requisitos de base son siempre los mismos. Ningún niño puede aprender si tiene hambre o esta enfermo. Uno de los problemas de los chicos que trabajan para ayudar a la economía familiar es que, a la larga, priorizan el trabajo y dejan de concurrir a la escuela y aunque este dato excede lo estrictamente pedagógico, debe ser tenido en cuenta».
Los docentes tenemos que estar atentos. El trabajo infantil existe y es una práctica en la actualidad. Recordemos que los niños son nuestro futuro. El futuro de la humanidad. No hay excusas para privarlos de la infancia que merecen. Luchemos juntos para que no se vean vulnerados sus derechos. No al trabajo infantil.
Franco Marelli
excelente redacción